Descripción
Otoño de 1862. Hacía un calor sofocante a la caída de la tarde en el Hanabana. La puesta de sol era hermosísima. Tenía esa majestad transparente que el Creador ha puesto en los crepúsculos del trópico, alegóricos y fantásticos, de figuras inverosímiles, dibujadas en el azul del firmamento, que soñamos emular, y que en el curso de los años pueden convertirse en realidades. Este bucólico escenario, no tenía cosa de mayor importancia que un niño débil, pálido ojos y frente poderosa, que escribía una carta a su madre, encabezada por ese tratamiento sencillo y respetuoso de las familias más modestas. Me alegraré que al recibo de ésta, usted y las niñas se encuentren bien de salud: José Martí.
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